miércoles, 17 de agosto de 2022

172º ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL PADRE DE LA PATRIA


"Ese día 17 de agosto, el general no comió, aunque en algún momento, para no aumentar los desvelos de su hija, se llevó algún bocado a la boca, y hasta se mostró con deseos de despejar las dramáticas dudas faciales de todos los presentes cuando pidió, casi sin aire, que le leyeran los diarios. Pero «el viejo guerrero de los Andes» no pudo engañar a su médico, quien había pedido la presencia de una hermana de caridad «para que compartiese con Mercedes los cuidados que necesitaría el paciente», a pesar de haberse mostrado tan sereno hasta ese momento. Pero el estado del enfermo comenzó a cambiar abruptamente y, justo a las 2 de la tarde, sintió un intenso frío que le inmovilizó las extremidades, y antes del primer amago agónico del rostro fue trasladado precipitadamente a la cama de su hija. Todos los presentes esperaban en silencio lo peor, también él, pero antes de que lo inevitable lo sumiera en el ronco sopor de la muerte movió la cabeza hacia su hija, y con serenidad y lucidez declaró con voz cortada pero firme, que al fin había llegado a su cuerpo el necesario cansancio de la muerte. Mercedes contuvo las lágrimas e hizo esfuerzos para demostrar que no creía lo que terminaba de asegurar su padre, y éste no quiso que su estado aumentara el sufrimiento de aquélla y tuvo fuerzas para pronunciar las últimas palabras «Mariano, a mi cuarto»; la frase autorizaba a la muerte a que diera comienzo a lo suyo. Rosales y Mariano evitaron que Mercedes presenciara la agonía de su padre y, una hora más tarde, cayó de rodillas frente al cadáver rezando y llorando.

Cuatro faroles, cuatro crespones, seis custodios funerarios encapotados de negro, el vivificante silencio de la mañana, la indiferencia de los pocos vecinos, las calles despejadas que conducían a la iglesia de San Nicolás donde se efectuaría la primera ceremonia religiosa por el alma del difunto, y el familiar ladrido de varios perros fue suficiente acompañamiento para quien dejaba al mundo una historia que necesitaría más de un siglo para que fuera conocida en su intensidad, verdad y proyección.

Cuando la noticia de la muerte del Libertador llegó a Buenos Aires, Tomás Guido salió a la calle y comenzó a caminar hacia el puerto, como yendo a recibir a un amigo cuya llegada ya le había sido anunciada, y mientras parecía esperar de pie en la orilla del río, el fortísimo viento sudeste logró vidriarle las lágrimas e hinchar, hasta dotarlas de eco y deformación, las tres palabras que pronunció como un reto: ¡El Libertador cabalga!"


Extraido de: “ El Libertador Cabalga” - Agustín Pérez Pardella